La oscuridad llenando cada resquicio de la existencia. La luz en tus ojos. El calor de tu piel. Tus manos erizando el fino vello que puebla la mía. Tus labios y tu lengua entretejiendo susurros en mi oído. Mi cuerpo reposando junto al tuyo, mientras aguarda que comience la acción.
Como si de una obra de teatro se tratara, nuestros cuerpos siguen el guión que ellos mismos escribieron quién sabe hace cuántos años. Tu mano en mi mejilla. La caricia afilada de mis dientes sobre la piel de tu muñeca. Un gemido ahogado escapa de tu garganta. Un te quiero se libera de la mía. Como un rayo tu negra mirada se clava en mis ojos acertando en uno de esos rincones de mi ser a los que creía que sólo yo tenía acceso.
No distingo tus pupilas, a oscuras, y sin embargo las siento en las mías. El aire húmedo y caliente de tu aliento sobre mi boca entreabierta me recuerda que somos animales. Muerdes mi labio inferior. Somos animales. Nos fundimos en un abrazo dulce, largo, lento, suave, como sólo el de dos mujeres y un alma puede ser. Siento tu corazón acelerado en tu pecho, el leve rastro de perfume que permanece sobre la piel de tu cuello y tus hombros.
Besándonos damos mil vueltas sobre las sábanas hace horas revueltas de esta cama a la que el Universo entero se ha reducido aquí, en nuestro oscuro infinito. De un lugar incierto fuera de este particular espacio sideral nuestro, alcanzo una botella de cava y me pregunto si habrá mejor copa que tu cuerpo. Te encojes al contacto con el frío líquido, reímos. Ya no está tan frío.
Resigo los contornos de tu cuerpo con la punta de mis dedos. Escribo historias de amor y de miedo en tu espalda, que se curva, tensa, con cada punto y seguido. Tus dedos revuelven mi pelo. Tus labios y los míos conversan sin palabras ni necesidad de ellas. Tus ojos, cerrados, y los míos, cerrados también. Un nudo, las piernas.
El calor sin palabras inunda la noche. La oscuridad es menos densa cuando te tengo cerca. Un reguero de besos va desde tu boca a la mía, rodeando mi cuerpo y el tuyo. Únicamente sé nuestra posición en la cama por el tacto del colchón. Sudor, suspiras. Me pisas, jadeo. Tus manos muerden mis entrañas y su sexo mis dedos. Mi boca imanta tus pechos.
Tus ojos se clavan en los míos, y un cable los une, de pronto. Mi fuego brilla en ellos. Besos impacientes, nuestras manos atan y desatan el lazo de nuestras piernas. Saliva, sudor, cava, humedad... Calor. Tu lengua y la mía bailan la danza más antigua del mundo. Tus uñas en mi espalda, los ojos en blanco, tu grito en el mío que está encerrado en tu garganta.
Laxitud. Respiras y me das el aire para llenar mi pecho. Mi latido bombea tu sangre. El humo de tu cigarro dibuja caprichosas curvas sobre nuestros cuerpos exhaustos. Hablamos entre risas, la respiración aún acelerada. No sé de dónde viene esa luz. No recuerdo las ventanas. Me he perdido en tu sonrisa.
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