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Iba a publicar una entrada larguísima, con un montón de reivindicaciones, con un montón de quejas de todo. La acabo de borrar entera... No me apetece quejarme hoy. Realmente sí, me apetece quejarme, pero no quiero hacerlo en voz alta. Hace mucho que una blanca, luminosa (pese a que su luz sea "de prestado") y noctámbula confidente aguanta mis penas, mis quejas, mis alegrías, mis sueños e ilusiones, mis teorías sobre el mundo y la sociedad, mis desahogos.

Hoy tengo un nudo grande en la garganta, y no sé muy bien por qué. Sólo sé que tengo ganas de mandarlo todo a la mierda. Todo. Y de irme yo también; si no a la mierda ni a la Luna, a otro sitio.

En fin... Sigo viva. Eso es importante.

¿Y a mí quién me protege?

Hace ya tiempo que me suelen decir cosas del tipo "te voy a presentar a un amigo... A lo mejor te gusta, pero... No le hagas daño, por favor".

¿Y quién evita que me hagan daño a mí?

A veces, sólo a veces, también filosofo.


Nadie dijo que fuera a ser fácil, ni sencillo, ni seguro. Y puede que comporte alguna decepción, algún cabreo, alguna pena, algún riesgo, más de un quebradero de cabeza y dolores que serán innecesarios...
Pero, como decía Nietzsche, el hombre templado, el de los nervios de acero, el que no padece como el resto pues se sabe controlar... Ése tampoco es capaz de sentir la felicidad genuina y en todo su esplendor. Eso lo hacemos las personas viscerales; los individuos irreflexivos como la que desde aquí os habla. Aquellos que actuamos y decimos las cosas primero, y quizás las pensemos después.
Porque si la vida es un juego, debemos jugar para ganar... ¿De qué nos sirve no perder, si no ganamos nada? ¿De qué nos sirve proteger nuestros sueños y nuestros frágiles, terriblemente frágiles corazones, si jamás los rompieron y eso impidió que nuestros sueños volaran y pudiésemos amar? ¿De qué?
Porque sigo viendo la vida como algo más sencillo de lo que muchos creen que es... Porque sigo pensando que uno tiene el derecho a la vida, y no a sobrevivir, sino a vivir, disfrutando, y sufriendo, y llorando, y riendo, y besando, y cantando, y saltando, y llorando de nuevo, y volviendo a sufrir... Hasta que un día, descanses, y no sepas qué pasa... Efectivamente, no pasará nada. Nunca más. Y ése, justo ése, será el peor momento para arrepentirse de cuanto no vives hoy.

Puede ser

¿Sabes? Puede que tengan razón las frases manidas, y que nadie sea perfecto, y que, por tanto, yo no lo sea tampoco; pero intento, al menos, tratar de llegar a serlo en la medida en que me sea posible.

Y eso, fundamentalmente, se basa en pequeños detalles.

María*

Buenas noches, Luna

Y, ya en la oscuridad, las imágenes se evocan casi sin querer. Pares de ojos pululan a mi alrededor. Los hay abiertos y cerrados, con una mirada tímida y con una que te atravesaría el alma. Escucho una respiración cerca de mi oído. Siento unos labios cautos y algo indecisos que se acercan a los míos. Una mano cálida agarra la mía, aun cuando cree que no lo hace. Una sonrisa me alegra la noche, y me despide a dormir en un umbral de una puerta.

Un beso, sencillo, tierno... Un primer beso; me eleva en sueños y me mece cuidadoso hasta los brazos reconfortantes de Morfeo.

De nuevo, buenas noches, Luna.

María*
La luz del flexo, tan blanca, tan fría, tan inexpresiva e insulsa como siempre. Tres montones de papeles: a la izquierda aquellos con los que "he terminado", delante de mí aquellos que estoy trabajando ahora, y a mi derecha los que aún no he tocado.
Felizmente, cada vez el montón de la derecha es más insignificante, y el de la izquierda crece.
Son las 2 de la madrugada, justo ahora. Buena hora para descansar ya.
Buenas noches, blog. Buenas noches, flexo. Buenas noches, Luna.

María*