Desde el mismo momento de nuestra concepción, los humanos estamos "diseñados" de forma que busquemos la seguridad.
Tras el parto abandonamos el útero materno, con todas sus comodidades y seguridades, y salimos al mundo. Y lo primero que hacen, después de gritar sonriendo con cara de bobos "¡Es una niña!", es darnos un cachete en el trasero. Dicen que tras el dolor del parto (del bebe durante su nacimiento nacimiento, no de la madre al parir), que es el mayor dolor que una persona experimenta a lo largo de su existencia (hablamos de la norma, no de casos excepcionales); la primera bocanada de aire que respiramos es de las cosas que más duelen en la vida.
A partir de nuestro alumbramiento, la mitad de nuestras preocupaciones en la vida serán sobre la seguridad, cuando no una cantidad mayor. La necesidad de seguridad que de pequeños nuestros padres nos inculcan ("María, no te subas ahí", "María, no toques a ese perro", "María, no saltes a la piscina sin manguitos que te puedes ahogar... ¡Te he dicho que no saltases sin manguitos!", y un laaaaargo "etcétera") nos acompaña durante nuestro periplo en este mundo.
Necesitamos una seguridad física, por así llamarla. Sentirnos seguros en casa, a salvo de percances perjuiciosos para nuestra salud e integridad física. Asimismo, necesitamos una seguridad económica, que nos permita vivir sin excesivos sobresaltos el consumo del día a día, y la satisfacción del resto de nuestras necesidades. También necesitamos una seguridad "social", entendiendo como esto un grupo más o menos estable de personas en que podemos confiar y con cuya ayuda podríamos contar en caso de necesitarla por uno u otro motivo (la familia, los amigos cercanos...).
Por último, necesitamos una seguridad emocional. Que nos vamos a llevar palos en la vida lo aprendemos bien pronto, como dije antes. Sin embargo, a todos nos queda la esperanza, y el deseo, por qué no, de pasar una vida tranquila, encontrar a alguien, o a varios "álguienes", con quien pasarla, y más o menos ser feliz.
No obstante, las preocupaciones por la seguridad no se limitan a la nuestra propia, sino también a la de unas pocas personas de nuestro entorno. Padres, hijos, hermanos (incluyo aquí a esos amigos que acaban siendo hermanos no genéticamente definidos), parejas... Poco más, realmente. Y es que hay personas cuya seguridad antepondríamos a la nuestra si fuese necesario.
Hoy daría lo que fuese por estar a kilómetros de aquí, abrazándola... No os equivoquéis. No hay, ni habrá nunca nada que dé una mayor sensación de seguridad que un abrazo sincero y sentido, en silencio.
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