Día tonto.




Hoy tengo un día de esos majaderos,
que me cae mal to’ el mundo
y que lloro porque quiero.
Que el desorden me acompaña
que el descuido me amenaza,
que me arrimo a la nevera
y no me apetece nada de nada.

No puedo dejar de llorar, tengo el día tonto …
De esos que, por más que salte,
toco el suelo pronto.

Imparable.

El otro día me preguntaba yo (en una de esas reflexiones que casi son diálogos de mi mente consigo misma) sobre el torrente de ideas, de palabras que me vienen a la boca, y a las manos, últimamente. La pregunta vino a raíz del comentario de un amigo sobre el cariz más sentimental y emotivo que estaba cogiendo mi blog últimamente.

Pero, ¿qué voy a hacerle, si nunca en mi vida me he callado cuando tenía que (quería) decir algo, y lo que quiero decir ahora es que te amo (a lo mejor si te lo digo mucho, mucho, el tiempo pasa más deprisa, y mañana me despierto y es 11 de noviembre)?

Sólo dos palabras... ¿Sólo dos palabras?


Qué bien sienta decir algo cuando lo sientes y es verdad.

Maite zaitut, ene bihotza.

Foto: mi pared, a medio pintar, el verano de 2009.

La trova y la Luna.

Cada noche, a las dos, en silencio, salía de casa. Cada noche, salvo una cada mes, se encontraba con su amada en el parque. Cada noche, al salir, llevaba su guitarra consigo al encuentro. Cada noche se esforzaba en mostrarse talentosa para poder sorprender y deleitar a su musa. Cada noche, su propósito seguía sin cumplirse, y lo postergaba a la noche siguiente cuando la cercanía del alba la alejaba de ella.

Y cada noche, la Luna, escuchaba atenta a aquella chiquilla que en el parque le hacía de trovadora, queriendo no mostrarse emocionada, pues, talvez, si la joven sabía que había conseguido, hacía años, enamorar a la Luna, dejaría de cantarle.

Sarna, a gusto, no pica.

Son las 7.42. Llevo tocando la guitarra, de forma más o menos continuada, salvo el parón para cenar y conectarme, de 10 y pico a las 4, desde ayer a las 5 y media de la tarde. Eso hacen muchas horas. Y muchas horas tocando la guitarra hace que te duelan los dedos. Supongo que, como leéis en el título, "sarna, a gusto, no pica", y por eso no me importa que me duelan... En cuanto sea una hora un poco más decente (porque ya me he aprendido las canciones y ahora quiero tocarlas bien, no así bajito para que no me oiga ni yo) seguiré tocando, ahora que he conseguido memorizar la letra a Aitormena, de una vez, y que ya le he encontrado una rueda de acordes decente y sencillita.

Supongo que eso es aplicable también a no quejarme por el bocado (y pedazo de bocado, señores) que me ha propinado el ratoncito de 2 compañeras esta tarde en el laboratorio. Quien se acuesta con niños, meado se levanta, que dicen.

11

Noche. Noche encantada. Noche dolorosa. Noche insensata, mágica y loca. Y, luego, más noche. Noche que parece no acabar nunca. Noche que, sin embargo, a veces pasa demasiado rápido.
- Perdona si te llamo amor -


Talvez encuentre el número 11 su redención, si paso contigo el undécimo día de cada mes. Y la cosa va de números primos...


19 días, más o menos, para poder abrazarte de nuevo, y perderme en un beso.

Soledad

Talvez porque su madre tuvo alguna revelación que nunca le contó, la habían llamado así.

Desde muy pequeña, Sole supo que aquél, con la gente a su alrededor, no era su lugar. Si bien no era una persona poco sociable, pues nunca le faltaron amigos, ni las gracias de algún que otro pretendiente; ella siempre supo que su lugar, como el propio posesivo indica, sería suyo. Sólo suyo.

Ya siendo una niña, cuando jugaba con sus compañeros, o salía a la calle con sus vecinos, la pequeña se sentía, muchas veces, fuera de contexto. No entendía qué gracia tenían sus bromas, ni qué interés podían presentar las insulsas conversaciones a las que consagraban su tiempo libre vespertino.

En el colegio siempre formulaba preguntas que hacían que sus extrañados profesores no pudieran disimular un guiño de curiosidad y, valga la redundancia de algo, extrañeza. Su afán por aprender y su avidez de conocimiento hacían de su madre la envidia de la vecindad, y los "qué chiquilla más lista tienes, ¡qué gusto!" eran escuchados habitualmente cuando paraban porque su madre hablaba con algún conocido.

Conforme la niña fue creciendo, y se convirtió en una joven promesa, con 15 años y todo un futuro que decidir y desarrollar por delante, cada vez se sentía más lejos de su entorno. Con una frecuencia que aumentaba con rapidez, se abstraía del mundo que la rodeaba y se dedicaba, mientras observaba el cielo sentada en el alféizar de la ventana, a dejar que su mente vagase. A, simplemente, pensar por pensar.

Tocaba el violín desde pequeña. Con cada tremolo que ejecutaba, haciendo vibrar su dedo sobre la cuerda pisada, sentía su propio cuerpo estremecerse con la melodía. Los movimientos que realizaba con su brazo izquierdo para mover el arco se transmitían con facilidad al resto de su cuerpo, haciendo que su frágil figura se contonease al ritmo de la música, como poseída por ella.

Sin embargo, de igual forma se introducía en los dibujos que hacía, fijándose y perfeccionando cada detalle; y con cada problema lógico que le planteaban, en los que se sumergía, hermética. Y con cada poema que escribía, su bolígrafo sangraba en el papel los sentimientos que corrían por sus venas.

Siempre le encantó observar todo a su alrededor. Todo. Las nubes, los ágiles gatos, los perros, los niños, los insectos, las máquinas, las personas mayores, los instrumentos musicales, los tejidos, el fuego, el agua, su propio cuerpo, y sus reacciones, los dibujos y pinturas, el papel de los libros, la tipografía de aquello que leyera, el aire, las fotos, las películas, la misma tierra que pisaba. Todo la fascinaba, a todo le encontraba el interés.

Poco a poco, tras graduarse en la universidad, dedicó su vida (no sin la ayuda de su padre, quien a pesar de las quejas, y a cambio de su ayuda en la contabilidad de su empresa, la mantenía) cada vez más a esos pequeños placeres que le ofrecía la vida: escribir, cantar, tocar su violín, resolver enigmas, y pasar su tiempo observándolo todo, asimilando información.

Con los años, su lozanía y su frescura juvenil fueron marchándose. Su piel era menos tersa, y su cabello más cano. Usaba gafas para ver de cerca hacía tiempo ya. Su cuerpo, antaño atlético, musculoso y prieto, mantenía ese aire de firmeza que caracterizaba el porte de su familia materna, con unos músculos aún bien definidos bajo su piel, ya blanda, y los depósitos de grasa que comenzaban a ser notables en su figura. Algunas arrugas ya marcaban con claridad el final de sus ojos, su cuello, su frente, la comisura de sus labios y sus mejillas. El sujetador que utilizaba ya empezaba a ser realmente para sujetar, y no para realzar su pecho. La ropa que utilizaba cada vez era menos ceñida y menos vistosa, y le importaba ya bastante más su comodidad que lo bonita que le quedase.

Pese a todos los hombres, y las mujeres, que pasaron por su vida, algunos de ellos realmente espectaculares, seguía sola. La calidez que necesitaba se la daba su manta granate, e Irene, su gigante de los Pirineos, la acompañaba todo el tiempo desde hacía más de 10 años. Si alguna vez se sentía sola, visitaba a sus padres o a sus hermanos, quienes siempre la recibían con una sonrisa enorme y cercana.

Cuando se acostaba cada noche a dormir se sentía realizada como persona, especialmente tras cumplir los 60 y haber dado la vuelta al mundo, cumpliendo con ello el sueño de su infancia; y se sentía también feliz, al menos, las más de las veces.

Sólo amó de verdad una vez en su vida, siendo muy joven aún. Fue una historia idílica, digna de los mayores versos de amor y las novelas más emotivas, pero en una de las vueltas de la vida, a ella se le olvidó aferrar lo que más quería, y lo perdió. Desde entonces, desde que ella le robara el corazón siendo aún casi una niña, no volvió a amar. "Talvez no sea ése, el destino de todo el mundo", se solía decir las noches en que las lágrimas acudían a sus ojos, llamadas por algún recuerdo insolente que salía a relucir en su memoria, mientras abrazaba a Irene y hundía sus manos en el pelaje de su fiel compañera.

Pocos años después, con la llegada de la jubilación, llegó la marcha de Irene. La lloró casi tanto, o podríamos obviar el casi, como las de sus propios padres. Con el tiempo, ya no cantaba, ni tocaba el violín, ni escribía, ni dibujaba... Se limitaba ya sólo a contemplar el mundo, y sus cambios.

Un día, reflexionando ya de forma vaga, pues últimamente le costaba dilucidar, fue aduciendo hechos y razones a su propia hipótesis hasta que concluyó la idea que siempre había estado pululando por su mente. Su lugar en el mundo era, precisamente, aquél en que ella se encontrase, pues no era otro que su propio mundo interior.

Dándose cuenta de esto, no mucho tiempo después de haber resuelto el enigma que ella misma se plantease en algún momento incierto de su más tierna infancia, sin apenas hacer ruido, y sola, como siempre, se marchó.

La primera vez.


Eta hori ikusi zintudan lehen aldian izan zen.


Y esa fue la primera vez que te vi.

http://www.youtube.com/watch?v=7bVHzA_QVSY&feature=related

Te echo muchísimo de menos... A veces, hasta duele.

Stay hungry. Stay foolish.

Bueno... Hoy quiero hacer una entrada un poquito diferente a lo que vengo actualizando últimamente. Se trata de un discurso de Steve Jobs (al que quizás conozcáis por ser cofundador de Apple y diseñador del primer Mac) a los alumnos de la Universidad de Stanford en la apertura del curso 2005. La verdad es que, bueno, es talvez un discurso como otro cualquiera de este tipo: busca motivar a los alumnos y hacerles visualizar de algún modo su meta, o el modo de poder visualizarla algún día. Pero... No sé, mi profesor de Química de la universidad lo ha colgado en nuestra página, supongo que con algún fin... Y, la verdad, yo que ya veía entre neblinas mi meta, cada vez la veo más clara. Cada vez soy más capaz de elegir qué quiero en mi vida, y a quién. Supongo que es eso que llaman madurar.

De todas formas, lo importante hoy es el vídeo. Es un poco largo (14 minutos y 33 segundos si no recuerdo mal) pero de verdad merece la pena verlo. Y si no es un buen día, con más motivo, vedlo.

Gracias a Juanjo por el aporte al AulaVirtual.

Os dejo con Mr. Jobs.

Tu mano... Tus manos.

Será que son las 5.02 de la madrugada, y por la hora que el reloj marca supongo que ya empiezo a pensar sin pensar mucho. O será que acabo de ver tu foto. O talvez que antes leí de nuevo el sobre del hotel y no puedo evitar pensarte. O que acabo de ver Habitación en Roma y las películas con carga sentimental me hacen pensar...

Sea lo que sea, pienso en tu mano... O en tus manos, como prefieras.

Recuerdo el momento en que te vi: con las manos en los bolsillos, caminando deprisa, con el cuello de la chaqueta levantado doblándose al ritmo de sus pasos... Y entraste en el bar, y sonreíste, y ya supe que lo tenía todo perdido...

En esos instantes en que no sabíamos como reaccionar, nerviosas, algo rígidas, bastante temblando (en parte por los nervios, y yo, que no soy vasca, y que, por lo tanto, no soy inmune a él, por el frío) y te di el abrazo del que hablábamos la noche anterior (que, por cierto, ¡vaya nochecita!).

Nos sentamos en una mesa. Lo hicimos al contrario de como lo haríamos casi siempre después... Me senté a tu derecha. Ahí fue cuando me cogiste la mano por primera vez. Era una mano grande, fuerte, segura (al menos en apariencia, aunque toda tú parecieses un flan), cálida. Tu piel no es la más fina del mundo, ni la más suave... Eso me gusta. Eso, de hecho, me encanta de ti. No sólo tu piel, sino toda tú, no eres algo suave, algo fácil... No eres lo que se supone que "debería" gustarme. Eres dura, a veces ácida incluso... Y, sin embargo, has sido, y eres, la persona más dulce del mundo conmigo, y me encantas... Ácida y dulce, me encantas.

Y pienso en tu mano, y en las veces que la he sujetado, y las veces que ha sujetado la mía. Y en las veces que ha recorrido mi espalda, queriendo que no acabase la hora de seguir paseando por ella, mientras perdía mi mirada en la tuya y asimilaba que realmente me sentía tuya en ese momento... No como una propiedad, no hablo de eso, sino de unión.

Recuerdo tu mano en mi oreja, en mi cuello, en mi pelo, en mi nariz, en mi boca... Recuerdo tus dedos paseando por mi pecho, mis brazos, mis piernas..., mi vientre.

Siento cómo me cogías la cabeza al besarnos, y tu pulgar acariciando mi mejilla. Puedo sentir incluso mi mano aferrando la tuya en cierto momento de la noche del martes pasado; en el momento en que sentí que te amaba sin reservas, sin peros, sin dudas, sin fantasías y sin cuentos, sin pasado, sin futuro, y sin necesidad de ellos; en el momento en que supe que esto era cierto.

Tu mano agarrando la mía nerviosa en el "topo"... Tu mano acariciando por última vez mi nuca delante del bus. Tu mano soltándose demasiado rápido de la mía una fresca (que no fría, porque ahí nunca hace frío, "sólo fresco") mañana de miércoles.

Ya lo sabes... Porque lo sabes. Y, sin embargo, te lo diré. Porque me gusta decírtelo... Y lo sabes.

Nahi zaitut. Maite zaitut.

Asken finean gizaki emakumeak (hutsak) gara... Eta zaude zihur ezin izango zaitudala ahaztu inoiz. Aitortzen dut izan zarela ene bizitzaren onena...

Girl - The Beatles


¿Hay alguien que quiera escuchar mi historia sobre la chica que llegó para quedarse?
Es el tipo de chica que llegas a querer tanto que llegas a sentirlo;
pero, aún así, no te arrepientes ni un solo día.

Chica... Chica... Chica...

Cuando pienso en todas las veces en que intenté dejarla,
ella se vuelve hacia mí y comienza a llorar.
Y me promete la Tierra y yo la creo, después de todas estas veces,
no sé por qué.

Chica... Chica... Chica...

Ella es el tipo de chicas que te derriba cuando estás con amigos,
y hace que te sientas como un tonto.
Y que cuando le dices que está guapa, actúa como diciendo que sabe que es así.
Ella es cool.

Chica... Chica... Chica...

¿Debieron decirle de pequeña que el dolor la llevaría al placer?
¿Entendió ella cuando le dijeron que un hombre debía partirse el lomo
para ganarse su día de descanso?
¿Lo seguirá creyendo cuando él ya esté muerto?

Ah... Chica... Chica... Chica...

No puedo...

Muchas veces acostumbramos a decir que no podemos hacer alguna cosa cuando surge un imprevisto o no tenemos la capacidad de llevarla a cabo.

Yo hoy me veo incapaz de dejarte ir sin tan siquiera luchar con esa parte de tu cerebro que te salvaguarda..

Paseo.

Eso es todo lo que quiero: un paseo por la playa al abrigo de la argentina luz de Luna... O sin ella... O sin playa... O sin paseo... O sin mundo. Pero contigo.

Paisajes urbanos. Mi piso.

Talvez para aquellos que han vivido siempre en un piso, mudarse a un piso de estudiantes tampoco supone un cambio mayor que la aceptación de unas pocas nuevas responsabilidades. Sin embargo, para aquellos otros que vivimos normalmente en una vivienda unifamiliar, esto es casi una revolución.

No es sólo ya el hecho de vivir "sola", ni el de vivir casi en una gran ciudad, ni el de ver el campus de la universidad todos los días al salir de casa, ni el de sentirme rara cuando vuelvo a casa.

No, es, además, acostumbrarse a una nueva vida, por así decirlo. Una vida en que se introducen los ruidos de los pisos colindantes, con ellos, los gritos del vecino de arriba, los llantos de la jauría de niños (sí, son una jauría) que viven en mi bloque de pisos y el de al lado del mío, las canciones infantiles que se repiten en un bucle cada tarde en la ludoteca del bajo de nuestro edificio. Recuerdo mi primer día en el piso como si fuera hoy, hecho tampoco tan relevante porque fue hace un mes (sería más relevante si ya no lo recordara, a mi juicio)...

Estaba sola, porque mis compañeras habían acabado su "septiembre", y estaban en sus respectivos pueblos acompañando a sus respectivas familias. Yo acababa de llevar todas mis cosas al piso y de despedirme de mi hermana, mi madre y su novio. Habíamos montado una mesa nueva para que pudiese estudiar a gusto, un perchero para colgar mis camisas y chaquetas, habíamos colocado sábanas y toallas limpias, y mi ropa estaba perfectamente colocada en el armario, juntos a las cajas de zapatos y las cosas de aseo que guardo ahí.

Pese a estar sola sentía casi vergüenza al moverme por el piso... No era mi casa. Me hice la comida en silencio, puse bajita la música al ducharme... Hasta me puse los cascos al ver una película en el ordenador.

Eso fue el primer día... Una vez me acosté, me levanté 4 veces creyendo que alguien pasaba por mi pasillo, que realmente era el de mi vecino, pero que yo, con la puerta cerrada, no distinguía el mío propio.

Al día siguiente ya cambió la cosa... La independencia me gustaba. Me gusta. Nadie controlando mis hábitos, nadie ordenándome cosas... Ninguna necesidad de guardar las cosas en un sitio concreto para que alguien no las vea. Me gusta. Y no se ha cumplido el vaticinio de mi madre, mi hermana y mi abuela de que "me iba a comer la mierda". Sigo haciéndome la cama cada 2 o 3 días cuando ya no puedo dormir a gusto, sí. Y no friego todos los días (en parte porque también friegan Sara y Laura, y no todos los días es necesario que yo lo haga), ni barro, ni pongo lavadoras, ni friego el suelo, ni limpio el baño ni la cocina a diario, tampoco. Y, sin embargo, el piso está limpio, y mi habitación guarda ese caótico orden que refleja mi mente en cierto modo.

Consigo dormir, al menos la mayoría de las noches. Como bien, y aún no tiro de tuppers (sí, los tengo en el congelador, pero no me los he comido aún). Y sólo he traído ropa a lavar una vez, y ha sido porque no me daba tiempo a lavarla en Burjassot antes de volver a casa y que se secara.

Y sí, puede que sólo haga un mes que no "vivo" aquí, en mi casa, pero conforme va pasando el tiempo, cada vez se me hace más rara la entrada al pueblo en coche, y el abrir de una patada la verja del jardín, y el subir los escalones de dos en dos sin necesidad de luz, y el ruido de mi ordenador... Y el poder tocar el piano cuando me apetezca.

Me gusta mi piso. Me gusta sentirme un poco menos dependiente cada día... Será verdad eso de que empiezo a entrar en lo que llaman vida de adulto joven, quizás.