Normal


Me gustaría ser una persona fácil. De esas que los días de invierno tienen las manos calientes, y cuyos pies nunca están tan fríos que duelen. De las que pueden sentarse en mitad del verano en una silla de plástico y no levantarse con las piernas sudando; de las que pueden ducharse por las noches y no parecer Son Goku al despertarse. 

Esas personas que pueden desayunar a primera hora, recién levantados, sin sentir náuseas, y que duermen de noche, y viven de día; que salen los fines de semana con sus amigos, y cuyos problemas residen consigo. Esos que se cargan con su vida, y con la de nadie más.

Querría ser una persona con objetivos estables, con fuerza de voluntad para luchar por lo que quiere a largo plazo, con ambiciones materiales. ¿Por qué? Porque todo eso me haría más cómoda la vida.


Pero yo tengo los pies fríos en invierno, y casi siempre las manos heladas (y las orejas). Y las horas de la noche me cunden el doble que las de Sol. Y muchas veces los remolinos de mi pelo se levantan aún sin haber dormido, y mis problemas se reparten en muchos sitios, y mis preocupaciones aún en más. Soy una persona voluble, si bien no tan núbil e inestable como a veces yo misma pienso, y eso hace que llegar a las metas que me fijo me cueste. No por el camino en sí, sino porque a diario veo, imagino, otras metas diferentes, que también podría alcanzar.

Así que supongo que sólo soy, como otros tantos, una persona. Complicada, como persona que soy.

Mi república

Ella camina por el salón del trono, sabiendo que da igual a quién deje sentarse en ese momento en el estúpido sillón. El trono está en un lugar privilegiado, entre sólidos muros de roca, bajo el intrincado dibujo de plomo de la vidriera que llena el salón de luz, de luces. Esas luces que le permiten esconderse cuando quiere, y hacen fulgurar sus ojos cuando no.

Reinas. Las que se sientan en el trono son llamadas así: reinas. Reinas de corazones, ríe ella, amarga. Inocentes... Creen que el poder reside en el sillón. El resto también parece creerlo, pero a ella no le importa. Sabe que tras todas las atenciones, tras los regalos, las canciones, los piropos, los vahídos, los clamores, les llega su turno, como a todas las anteriores habitantes del estúpido mueble.

Ella sabe que no importa cuán guapa, vieja, alta o gorda sea la sentada. Es quien tiene el poder. ¿La reina? No,  por favor, no digas tonterías. Es ella quien lo tiene.

Es ella quien consigue que las reinas pierdan sus atenciones, que deje de haber regalos, vahídos... Quien provoca los insomnios, las sonrisas perdidas en noches blancas y negras de ánimos grises. Ella sabe que en la sombra tras el trono siempre tendrá lo que desee.

Ella sabe, o debería, que el día que chasquee los dedos, que guiñe un ojo, que me sople un beso, arderá el trono, "su" reina, y romperemos las vidrieras. Ella es..., ella y yo, somos la República.

Historia de dos sombras.

Quería empezar a escribir Historia de dos luces, pero... Hoy estoy más sombría que luminosa.

Corría una sombra, con su humana cerquita, como acostumbraba, por una fría, húmeda y solitaria callejuela. Apenas si habían dado las 6 menos cuarto en el reloj, cuando se cruzó con un gato. Qué curioso. Desde donde el gato estaba apenas se veía la sombra que le acompañaba, mientras que, en ese mismo momento, la sombra era alargada y ocupaba varios metros cuadrados de asfalto. Hoy no le apetecía caminar por la acera, así que su humana y ella corrían por en medio de la calle, por la que aún no transitaban muchos vehículos.

Otra sombra, en cambio, se encontraba aún arrellanada en el colchón, ocupando toda la superficie bajo la leve colcha y la sábana, estampada con leves rayas azules. La humana se revolvía bajo las sábanas, intentando no abrir los ojos, buscando a tientas el móvil, que atronaba con una canción mítica a modo de despertador.

Las sábanas se apartaron de sobre la sombra, y ésta encogió, por el frío. La humana ya se había levantado de la cama, arrastrándola fuera del cómodo y cálido lecho que la había cobijado toda la noche. Suerte que, al menos, la calefacción evitaba un contraste de temperaturas muy grande. Tras la ducha y el café de rigor, se vistieron, y salieron a la calle. Encendió la sombra un cigarrillo, y la humana hizo lo propio. Las 7.13, hora de ir al trabajo, parando primero, como siempre, a tomar otro café.

Le gustaban las mañanas. Hacía fresquito, y los humanos las llevaban más despacio que a otras horas, lo que les permitía charlar brevemente de vez en cuando, y disfrutar del aire frío y húmedo que sólo conocen los madrugadores. Entraron a la cafetería, "un cortado con leche fría", oyó a la humana. Entabló conversación con la escueta sombra que acompañaba al camarero tras la barra, mientras saludaba a las de los 3 o 4 habituales. Días corrientes, familias corrientes, preocupaciones y problemas corrientes. Cada mañana era lo mismo.

Mientras, la otra sombra, a demasiados kilómetros de ella, ignoraba su rutina, y comenzaba la suya propia. Vuelta a casa. Acompañar a la transpirada humana a la ducha. Desayunar juntas. Entrar en la cama un ratito para, cuando estuviera empezando a acomodarse de verdad, salir de nuevo, a la Universidad.

La humana solía quejarse en voz alta de ir a clase, pero la verdad es que no estaba mal. Había sombras más interesantes y soportables que otras. También sombras con un complejo de superioridad terrible, subidas en la tarima de clase, a las que no podías hablar de otro tema que no tuviera que ver con el que su humano trataba.

90 sombras en clase, con conversaciones muy dispares, pero en su mayoría vacuas. Luego llevaría a la humana a leer al Jardín Botánico. Le gustaba aquel lugar. Había muchos pájaros, y sus sombras eran enormemente entretenidas. Mucho más que la de bastantes humanos.

Salieron de casa con una nubecilla de vaho pegada a sus bocas: se notaba el invierno acercándose. Metro y autobús, como todos los martes, para llegar a la facultad. Le sorprendía la facilidad de algunos humanos para dormir en los cortos trayectos de transporte público. Suerte que sus sombras tiraban de ellos en el momento de salir.

Ya a plena potencia, la primera sombra y su cafeinodependiente humana se acercaban a la oficina. Aquél día sería diferente: había que ir al campus a dar una charla. La sombra estaba excitada por la cantidad de gente interesante que ambas iban a conocer. Pero primero había que pasar unas horas trabajando entre aquellos grises (aunque blancos) montones de folios.

En el campus, con los árboles que adornaban los caminos, la sombra sentía las cosquillas de entremezclar su esencia con la de otros. Era tan intenso, tan gratificante... Le encantaba la universidad, aunque nunca había sentido la energía que veía en algunas mezclas de sombras cuando dos humanos, pareja, se acercaban tanto que se desdibujaban los límites de cada uno.

Las 3. Por fin salían de aquél batiburrillo de papeles grises y personas grises. ¡La universidad! ¿Habría cambiado mucho? Sólo hacía 4 años desde que su humana se graduase, pero hoy día, con lo rápido que se transformaba todo, quién podría saber qué se encontrarían. Esperaba conocer a sombras llenas de color, que cambiasen un poco su día a día.

Después de una hora de autobus y un paseo, por fin llegaron al campus. Todo seguía igual, aunque estaban construyendo un nuevo edificio al lado de la Facultad de Filosofía y Letras. En la puerta de su antigua facultad, la humana paró a fumar un cigarrillo. Y entonces lo sintió, muy breve, pero más intenso que nada que le hubiera pasado antes. Fue como un fogonazo de luz que diluyó un poco su oscuridad natural, una luz amarilla, divertida, tímida, sagaz. Se sintió temblar, pero cuando intentó saber qué le había pasado, ya había desaparecido todo, y sólo le quedaba el profundo anhelo de correr a buscar la fuente de esa luz que había iluminado su vida un segundo. La humana, ajena a su destino, soltaba el humo por la nariz.

Eva corría para no perder el autobús. Era una humana demasiado activa, creía su sombra. Cruzaron el arco de Secretaría y las puertas de entrada, y sintió como si un agujero negro se llevase sus problemas y sus prisas cuando todo se inundó de azul: tranquilidad, plenitud. Un bienestar tan profundo que no pudo reaccionar ante el escalón de la entrada. Tropezaron, cayeron, y se levantaron. La sombra, angustiada, buscó de nuevo el azul. No podía perder aquello, era demasiado bueno para permitirse perderlo, pero Eva no podía perder el autobús, y siguió corriendo una vez erguida, sin percatarse de que su sombra era más oscura y pequeña a cada paso que daba.

Había comenzado a chispear, y los nubarrones sugerían que la lluvia sería intensa. El 7 llegaba extrañamente tarde.