¡Por fin!

Cuando ya estaba a punto de darme por vencida y rendirme buscándole piso a mi chica, he encontrado uno ideal. Al ladito de la Kontxa, con un parquecito a doscientos metros, lejos del ruido de Lo Viejo, pero en el mismo corazón de Donosti. Estoy supercontenta, sin saber por qué.

Sólo sé que mi "nueva" vida va sobre ruedas, que me encanta que desde el mirador de mi cuarto se vean el amanecer y el atardecer, que el año en la universidad pinta genial, a pesar de no saber nada de las convalidaciones, que los vascos, pese al estereotipo de serios que tenía de la gente del Norte, son gente maravillosa y muy, muy acogedores, que el euskera me está resultando más fácil de lo que creía, y que, al contrario de lo que pensaba que pasaría, cada día que paso contigo me gusta más estar a tu lado, y, aunque me resulta difícil concebirlo, creo que cada vez te quiero un poquito más.

Mañana martes. A ver si cenando se me pasa un poquito la euforia y consigo escribir algo bonito, o interesante, o bonito e interesante, que sería la rehostia.

Mirar atrás

De vez en cuando me gusta mirar hacia atrás, al pasado. No para buscar un tiempo mejor o más feliz, o más tranquilo. No... Sólo por mirar, por recordar todo aquello que me ha pasado y que constituye el único tesoro que me llevaré conmigo cuando ya sólo sea un montón más de polvo en el mar, y en el aire.

19 años. Poco más de 6 meses para los 20. 19 años. Dos décadas. Dos siglos. Dos milenios.

He vivido mucho, y muy bien, en estos años. Una infancia feliz y rodeada de amigos y experiencias estimulantes, una adolescencia "fácil" (sin traumas, complejos, escándalos ni cambios radicales de los que arrepentirme), y una juventud soñadora y libre.

Sobre todo desde que comenzó la universidad, empiezo a sentirme yo, reivindicada. Pero no olvido qué ha llevado a formarse a cada detalle que me compone. Soy soñadora porque mi padre me contaba cuentos inventados de niña, pero también porque mi madre me enseñó que con esfuerzo uno puede lograr lo que quiera, y porque en la Ruta comprobé que eso era real, que los sueños estaban al alcance de la mano, que sólo había que estirar el brazo un poquito más y ponerse de puntillas. Soy independiente porque mis padres se separaron siendo mi hermana y yo muy pequeñitas y eso nos hizo darnos cuenta de que la vida tenía otra cara menos sonriente, pero no por ello menos real. Soy ecologista porque de pequeña mi padre nos enseñaba libros con fotos de animales y mi madre nos llevaba a la huerta y había miles de bichos y plantitas que ver allí; porque siempre fomentaron que conociese el entorno donde vivía y que lo disfrutase, y lo amase.

Soy rebelde... Porque el mundo me hizo así, con todas sus injusticias, con su hipocresía, con el salvajismo que lo domina, con la intolerancia que lo llena, con el odio entre sus habitantes, con la ignorancia que lo condena.

Hay tantos recuerdos que me vienen ahora a la mente que no soy capaz de extraditar unos cuantos y ordenarlos para ofrecéroslos.

Pero, ahora mismo, soy muy feliz, porque mi mente está repleta de sonrisas, de abrazos, de miradas, de besos, de caricias, de ciencias, de risas y más risas, de juegos, de flores, de cielos, de barro, de idiomas, de manos, de latidos... De recuerdos. De tesoros.