Besar es, según el DRAE, tocar u oprimir con un movimiento de labios, normalmente a impulso del amor o del deseo o en señal de amistad o reverencia.
Un beso puede ser un saludo, una muestra de amistad o cariño, un gesto de consuelo, una felicitación; puede no significar nada, o simbolizar desde una unión hasta la entrega de uno mismo.
Hay besos y besos, como quien dice. Los besos a desconocidos en las presentaciones, los besos a amigos, los besos a familiares, los besos por compromiso, los besos perdidos en la boca de alguien cuyo nombre ya no logramos recordar con claridad, los besos de broma, los besos muertos en los propios labios de una por no haberlos entregado, los besos que no se dan con los labios, los besos de verdad.
Pero, ¿cómo? ¿Hay besos que no se dan con los labios? María, ¿es que ya no sabes leer ni las definiciones que acabas de escribir?
No, señores, no es que haya olvidado la lectura. Pero, poneos en situación. Una conversación interminable, aunque tenga fin, entre dos que se quieren. De pronto, un silencio cómplice aparece en escena. Una de las dos, a media voz, deja escapar un "te quiero" de entre sus labios al oído de la otra. Otro silencio cómplice, roto por un "y yo a ti, amor". El segundo silencio roto, era un beso.
Otro ejemplo... En una situación indeterminada, en que dos no pueden expresar su afecto por un motivo cualquiera, una mirada intensamente recíproca, una sonrisa furtiva en la boca de cada cual, y una caída de ojos. Eso, señores, era otro beso. Y de los bonitos, además.
Los besos de verdad... ¿Qué es un beso de verdad? Un beso de verdad es aquél que, además de con los labios, se da con el alma. (¿O se da el alma con él?).
Nunca he sido una persona fría. De hecho, soy, si bien independiente, bastante cariñosa. Además, nunca he sido una persona que se reprimiese por nada, o por casi nada. Esto se resume en que he dado muchos besos. Y cuando digo muchos, quiero decir muchos de verdad.
He besado a hombres y mujeres. Mayores y menores que yo. Más altos y más bajos que yo. De día y de noche. En primavera, verano, otoño e invierno. Siendo menor y mayor de edad. Con ganas y sin ellas. Lloviendo, bajo el Sol, y a la luz de la Luna. En el campo, en la ciudad, en la montaña, en la playa y en el río. Muchos.
Sin embargo, pocas veces he besado de verdad. Pocas.
Hasta hace unos meses, pensaba que había besado de verdad muchas veces. Que habían sido momentos muy especiales y que esos eran besos que me marcarían siempre. Qué equivocada estaba.
Sí, habían sido momentos especiales, y me marcaron. Pero no los besos en sí. No quiere decir que fueran besos que no sentí. Quiere decir que no eran besos que me hayan dejado sin aliento. El primero que me asustó, de verdad, fue el 10 de octubre, poco pasadas las 6 de la tarde.
En un bar que hace esquina. En la calle llueve a cántaros. Yo sentada de espaldas a la venta, y ella a mi izquierda, de espaldas a la puerta. En la mesa de mi derecha hay dos chicas. En la barra un señor y una mujer en la cocina. Un hombre discute con el camarero sobre fútbol. Otro hombre lee el periódico en la punta de la barra. En la mesa del fondo hay una pareja con otro chico.
Yo llevo una camiseta rojo oscuro, unos vaqueros rotos, y unas Allstar rojas, con ropa interior negra. Ella una camisa negra, unos vaqueros claros con un cinturón gris, calza botas y aunque yo aún no lo sepa, lleva ropa interior rosa. Al contrario que yo, va impecablemente peinada, y lleva algo de maquillaje para realzar sus ojos.
Pese a la aparente tranquilidad que intentamos mantener, ambas parecemos flanes. Ella ya ha arrancado las dos etiquetas de su botellín de cerveza. Yo sigo dándole vueltas a mi vaso de zumo. Ella no deja de mover los dedos en la mesa. Hablamos entre risas. "Oye, ¿sabes que aún no me has felicitado". "Ya, lo sé". "¡Coño, pues felicítame!". "Jejejejeje... Felicidades, cariño". Un amago de beso que nos pilla por sorpresa tanto a ella como a mí, que la beso apenas rozando sus labios con los míos. Sonreímos. "Gracias... Aunque el beso un poco flojo". "¡¿Qué?! ¿Cómo que flojo? ¡Ven aquí!".
Ya no la beso yo, aunque sea quien más se inclina. Nos besamos. Los ojos cerrados. Los alientos acelerándose se entremezclan. Su mano derecha está en mi rodilla izquierda. Los dedos de su mano izquierda se enredan entre el pelo de mi nuca, y su pulgar izquierdo acaricia mi oreja derecha. Mi mano derecha está en su cadera izquierda, y la izquierda apoyada en el banco en que está sentada. Subo mi mano por su cintura. Siento su respiración. Dejo de oír al hombre que vocifera en la barra. Desaparece el ruido de la máquina tragaperras del bar. Se diluye en el aire el parloteo ajeno a nosotras del resto del local. Me siento a su lado, en el banco, sin separarnos un milímetro. La rodeo con mi brazo izquierdo y acaricio su espalda.
Mientras, a otro nivel que no es el físico, puedo sentir como el nerviosismo que cargaba sus gestos y movimientos al unir sus labios y los míos desaparecen con cada latido del corazón. Una mano suya se cuela en mi camiseta, y se pasea por mi cintura y mi costado. Un escalofrío me sacude desde los dedos de los pies hasta la coronilla, pero no mi cuerpo. Ese otro algo que somos, más allá de lo puramente físico y material (que puede que no sea más que el efecto de X procesos químicos que eso puramente físico y material lleva a cabo), se estremece al contacto de su piel.
Siento tranquilidad. Me siento bien. Siento como si no fuera la primera vez que nos besamos. Como si ya nos conociéramos de mucho antes. Como si conociese su cuerpo igual que el mío. No es que me guste cómo besa, o el beso en sí. Es que... Es así como tenemos que besarnos. No quiero otros besos que no me hagan sentir como ése.
En ese momento en que encuentras una parte de ti en otra persona, en que te sientes entregado de alguna forma. En ese momento, besas de verdad.
Cuando las manos vuelven a bajar, y te acarician una pierna, y una de las suyas agarra la tuya con firmeza y suavidad, y el abrir y cerrar de las bocas comienza a ralentizarse para acabar en lo que llamamos "picos", y te alejas un poquito, y abres los ojos a medias, buscando los suyos, y los encuentras arrebatadoramente cercanos. Justo antes de abrirlos, has besado de verdad, con el alma, volviendo a ser tú.
Y cuando la sonrisa es tan grande que no crees que pueda caberte en la boca, y tus ojos y los suyos parecen unidos por algún tipo de hilo invisible que fija su mirada en la tuya, y viceversa. Y te das cuenta de que aún tu mano izquierda reposa en su mejilla, y te sientes algo idiota, y justo antes de dejar que caigan tus ojos por esa especie de vergüenza momentánea, los suyos los recogen mirando con una comprensión y una fuerza infinitas. Ahí, justo entonces, besas nuevamente de verdad, con los ojos.
Entonces comienzas a separarte, medio atontada, aún asimilando sensaciones. Y cuando realmente aprehendes que eso era un beso, te asustas. Te acojonas. Si ha hecho que te sientas así sólo con besarte una vez, estás a su merced con poco que haga. Y lo sabes. Y te acojonas.
Hasta que te besa de nuevo, y reconoces en sus ojos la reacción de los tuyos, y sabes que no hay qué temer.
Desde aquel beso, en aquel bar, aquel 10 de octubre, he besado bastantes veces de verdad. Cada una igual o más acojonante y tranquilizadora que la anterior. Cada una más intensa, hasta que llega un punto en que la unión es tal, en que dejas de sorprenterte, y te das cuenta de que es así porque tiene que ser así, porque no podría ser de otra manera.
Porque, al fin y al cabo, el beso es la expresión no verbal más común del amor. Tanto más fuerte e intenso sea el amor, tanto más aterrador y necesario es, tanto más electrizantes serán los besos.
Os dejo con un vídeo que he montado con unas fotos (sacadas, cómo no, de San Google) una canción de la madrileña Tiza, habitual de éste, mi rinconcito.
¡Besad mucho!