Pretendo empezar una serie de entradas (que acabarán siendo 2 o 3 sólo, como siempre, por mi falta de constancia) con aquellas instantáneas que las grandes ciudades ofrecen y que a la "gente de pueblo", como aquél que dice, nos sorprenden.
Esta mañana me levanté tempranito, aún no eran las 7 de la mañana... Como ayer dormí 15 horas, no podía aguantar más en la cama... Jajajajaja.
Pues eso, que me levanté temprano. Se me ha ocurrido asomarme a la ventana, a ver quién había, si es que había alguien, por la calle. Sí, había gente, y no poca, teniendo en cuenta que, como digo, no llegaban a ser las 7 aún. Y me he fijado en la parada del tranvía que hay en frente de mi piso. Había 5 personas allí. Un operario de la EMT haciendo algo en la máquina de sacar billetes, digo algo porque no sé qué hacía... 2 hombres de mediana edad, con ropa manchada de algo que desde mi ventana parecía grasa de alguna máquina; una mujer mayor, que rondaría los 75 años, y el que supongo es su nieto, que sentado sobre las rodillas de la que supongo su abuela luchaba consigo mismo para no dejar caer la cabeza ni los párpados. Aún es muy pronto.
Salgo de mi mundo, voy a la cocina; me hago una tostada, me pongo un vaso de zumo, y vuelvo al salón. Sentada en el sofá (bueno, en el respaldo, realmente) observo a la gente que va subiendo y bajando de los tranvías. Sobre las 7 y media me meto en la ducha. Al salir de casa, minutos más tarde, soy yo quien se encamina a la parada.
Esperando a que llegue el mío, veo como en los tranvías que circulan en dirección opuesta ya comienzan a aparecer mochilas y carteras colgadas de hombros con cara de sueño, entre otras tantas caras de sueño que no se dirigen a la universidad.
Una mujer se sienta a mi lado, mientras su hija le pide que por favor le ate más arriba la pulsera, que "cuando gira la mano le duelen sus huesitos". Sonrío. Los niños suelen hacerme sonreír, no sé muy bien por qué. Cuando convence a su madre para que le haga caso y la ayude, y ésta lo hace, la niña se sienta entre su madre y yo. Con unos ojos grandes como platos de color café, bajo un flequillo cortito que enmarca su cara bajo una divertida melena muy rizada; me mira. Al principio disimula, y yo hago como que no me doy cuenta. Sigo con los cascos escuchando a Jorge Drexler. La niña se levanta y se pone delante de mí. Me mira, con la curiosidad inquisidora y desvergonzada que sólo tienen los niños. Me dice que soy muy guapa, y que le hace gracia que me disfrace de chico para ir al cole. Le pregunto que por qué cree que me disfrazo. Dice que el pelo corto sólo lo llevan los chicos, y que la camiseta que llevaba era muy grande para mí. Sonrío de nuevo. Me dice que cómo se llama mi cole, y le respondo que Universidad. Me dice toda emocionada: ¡como el cole de los mayores! Su madre le explica que yo soy mayor, y le pide que deje de preguntarme.
Ella, obediente, se vuelve a sentar entre su madre y yo. Sigue disimulando que me mira con esos enormes ojos. Llega el tranvía. Ellas montan delante, yo detrás, que son metros ganados al bajar. Me siento al fondo. No me suelo sentar en el tranvía, pero tengo que leer un artículo de Biología y no es plan de estar tropezándome cada 10 segundos. Una señora se sienta a mi lado, pese a que el vagón está prácticamente vacío. Un minuto después me dice que qué letra más rara hacen las imprentas ahora, que no consigue entender nada de lo que hay escrito.
Me resulta extraño que la gente sea tan... Gente, aquí. Supongo que siempre he visto la ciudad como un símbolo de individualidad, de anonimato, de frialdad. De desconocimiento, en fin. Sin embargo, no me desagrada que la gente sea eso, gente.
Cuando llevo 2 paradas el vagón ya está medio lleno, y empiezo a ver los típicos estereotipos que nos sacan en la tele en las escenas de metro y bus: el señor mayor mano sobre mano en el puño del bastón que tiene entre sus piernas, el inmigrante de mirada perdida en el cristal, la mujer de cuarenta y tantos que mira a todos sitios sin ver ninguno ensimismada con sus asuntos; los 2 curritos que hablan de rutinas tan "normales" que aterran, el chico y la chica que se sonríen medioacalorados porque casi pierden el tranvía que los lleva a clase pero no ha sido así, la señora que con cara de hastío sólo espera que su parada sea la próxima, aunque sabe que le quedan varias aún, y yo... La típica o atípica persona que se fija en esta clase de detalles.
Palau de Congressos. Montan un hombre y su niño, Marco. El niño le pregunta a su padre si el tranvía se frena solo, a lo que su padre responde negando ligeramente con la cabeza. Le pregunta entonces si funciona solo, ante la misma contestación de su padre la cuestión es si hay un conductor, porque él no lo ve, como al del autobús, o como a su papá cuando conduce el coche. Su padre le dice que sí. Marco dice que le da pena no verlo, porque si no lo ve a lo mejor es que es bajito, y el resto se reirán de él porque es bajito. Dice también que pueden invitarlo a merendar a su casa, que su mamá hace meriendas para que él se haga mayor y alto, y fuerte, y enseña su bíceps apenas desarrollado con orgullo a su padre. Me mira, y sonríe. Sé que estoy sonriendo. El niño se ruboriza y abraza la pierna de su padre. Su padre me mira sin mirarme, sé que aún sonrío, él sonríe, y pulsa el botón de "Solicitar parada".
Bajan ellos 2 y montan 2 señoras mayores hablando de una tercera, a la vez que entra un hombre con muletas que mira concienzudamente adelante y atrás en el tranvía, y en la parada. No ha validado el billete, y si lo pillan le harán pagar la multa. También entran un chico de rasgos árabes y un negro, hablando árabe entre ellos, sonriendo mucho. Las señoras se miran entre sí, y levantando la comisura izquierda en gesto de desprecio ante tal acto demuestran su (in)tolerancia a lo extraño.
Próxima parada: Pont de Fusta. Toca bajar. Me levanto y ahora soy yo quien oprime el botón que antes decía. Cuando bajo me cruzo con un chico muy guapo que por mantener la mirada con una chica casi tropieza al entrar al tranvía. Al bajar se entrecruzan muchos caminos y pienso en lo curioso que sería que cada uno dejase una traza de un color tras de sí al caminar. Talvez con más colores en el suelo esto sería diferente, o al menos desaparecería este monocromatismo que me ahoga en Valencia.
Elijo una calle al azar de las perpendiculares a la parada. Sé que está en una, pero no sé en cuál. Instituto Nacional de la Seguridad Social. Es aquí... Mira qué bien. Tuve suerte. Entro, cojo un número, y me siento a esperar. Sigo leyendo el artículo. Es la copia de Maribel. ¡Coño! Maribel dijo que había 2 edificios de la Seguridad Social. A lo mejor me he equivocado... Que con mi gafe es probable. ¿Aquí se pide el NUSS?, pregunto a la señora de Información. No, guapa, en la finca redondina, en la paralela, me responde. Salgo a la calle convencida de que soy gafe, aunque sea una tontería. Entro de nuevo, y pregunto qué paralela, que con mi suerte podría llegar tarde a clase sin dificultad pasándome la mañana por las calles buscando Tesorería. La de abajo, me aclara la señora.
Llego a Tesorería, y tras media hora de espera de pie en que nadie se ha dignado a mover sus cosas de los asientos que no ocupaban me atiende un señor muy majo y muy eficiente. Yo creía que los funcionarios eran bordes e incompetentes... Talvez tenemos razón al decir que los estereotipos que inventamos no son reales. En 3 minutos tengo el NUSS y espero de nuevo al tranvía.
Un grupo de estudiantes de Erasmus (probablemente, tampoco es seguro) esperan en el andén de enfrente. Hablan francés. Ahora inglés. Ahora francés de nuevo. Intento comprender de qué hablan. Algo negro se interpone entre ellos y yo. Miro hacia arriba. Una chica me mira y me pregunta si tengo un euro para el tranvía, que se ha dejado el dinero en casa y si no no llega a clase. Le digo que tico yo 2 veces, una por mí y otra por ella. Me lo agradece y me ofrece tabaco a cambio. No fumo, pero gracias. Gracias a ti. Se sienta en el banco, apoyada en la máquina de tickets, mirándome. La miro y aparta la vista. Vuelve a mirarme cuando me centro en el artículo. La miro, y vuelve a apartar la vista. El tranvía llega y monta en el mismo vagón que yo.
Entra también otra chica. Se sienta a mi lado. Saca un libro del bolso y comienza a leer. Me acuerdo del artículo de nuevo, y vuelvo a concentrarme en él. De repente pasa de página y veo un dibujo a color. Por el rabillo del ojo veo a un Jesús agonizando en la cruz. Lee el evangelio. Yo leo un artículo que tira por Tierra el Creacionismo y el Diseño inteligente en que basan los cristianos su crítica a la Evolución. Pienso que sería gracioso debatir ese tema en el tranvía con una extraña.
El mismo hombre con muletas entra al tranvía, repitiendo su comportamiento de antes. Un chico entra tras él, escribiendo muy rápido en una libretita muy pequeña, ajeno al mundo. Miro por el cristal y veo pasar un montón de caras, de coches, de portales y tiendas, de perros, de árboles, de bicis... Palau de Congressos. Se me ha hecho corto el viaje.
Empalme. Un aluvión de gente monta al tranvía. La gran mayoría estudiantes. Me levanto y me agarro a un chico sin querer cuando el tranvía arranca. Veo las caras de fastidio de los que llegan unos segundos tarde, justo para ver como el tranvía se marcha del andén, quedándose atrás. Llamo a mi madre para decirle que ya tengo el NUSS y que me hace falta dinero para pagar el libro de Química. Ya puedo decir que tengo un libro de esos que se consideran una "institución". En 3 horas me lo darían. Son las 10.
Tengo una hora para ir a la CAM, volver a casa a por unos papeles, ir a repro y llegar a clase pronto para poder sentarme delante, aunque siempre me guarden un sitio. Me sobra media, seguro.
Mientras voy paseando por Burjassot pienso en hacer esta serie de entradas. Esta noche, si me apetece escribir, la comienzo, me digo. Ya estoy en la CAM. Llego a repro tras pasar por casa. Paro en la biblioteca a comprarme un snack y un zumo en las máquinas expendedoras. Son y 20 cuando abro confiada la puerta de clase para darme cuenta de que tienen problemas de Química los del P3. Me siento en el suelo. Aún me quedan 37 minutos.