Amargo

Una colilla chafada en un cenicero lleno de cenizas que cuentan una historia. Un trago de whiskey solo y sin hielo, con la única compañía de un camarero anónimo en un bar cualquiera. El humo ascendiendo en la atmósfera recargada del bar, hacia el techo, con formas aleatorias. Su mirada clavada en un punto en el vacío entre su cara y el fondo de su vaso. Las canas que empiezan a rayar de blanco su pelo negro en la nuca y las patillas. El color morado y verdoso del ojeroso marco de sus ojos. La arrugas prematuras que empiezan a notarse junto a sus comisuras.

La más amarga de las sonrisas a medias que alguien esbozó nunca, surca su cara justo antes de que su barbilla tiemble de nuevo y una lágrima ruede insolente del lacrimal hasta el hueso de su mandíbula, por la mejilla. No se lo niega, nunca lo hizo; nunca dejó de doler. Sus largas y finas manos agarran el vaso como si fuese una especie de tabla de salvación. Siendo apenas imperceptible a simple vista, sin embargo, tiembla. Se lleva una mano al cabello, pasando los dedos por su cabeza, y dejándolo así revuelto.

Pese a los puntuales detalles que pudiesen denotar una edad mayor, se nota que es joven aún, se dice el camarero a sí mismo en silencio, mientras le sirve gratis otra copa. Sin apenas mirarlo, levanta su tabla y bebe la salvación de golpe para pasar otra media hora, quizás más, sin desalterar su conciencia. Con unos ojos que le miran sin verlo, se despide del camarero, quien le desea feliz noche y comienza a recoger el bar. Son las 4 y media, y no había más clientes en el establecimiento.

Con paso apesadumbrado y el rumbo distraído, vaga por las calles de su barrio, esperando que por azar o por destino, la suya aparezca tras la siguiente esquina, o tras la de después, o talvez tras la tercera... Mientras, su cerebro parece seguir en su cabeza, pese a haber intentado hacerlo macharse. Se apoya en la puerta de su portal mientras busca con su mano derecha las llaves en el bolsillo. El entrechocar del umbral con la puerta antes de cerrarse le indica que ya está dentro del edificio.

Escalón tras escalón, pie tras pie, llega a su planta, a su puerta y a su cuarto de baño. Sin pensar más se desploma sobre el váter mientras deja que los pantalones caigan al suelo. Apoya su espalda en la cerámica del inodoro y reclina su cabeza hacia atrás, mirando al techo con la boca abierta y los ojos entrecerrados. Se levanta algo después, no sabe cuánto y sus pies le guían, o talvez no, a su cama. Se deja caer en el colchón, quitando las cosas que hay debajo de su cuerpo una vez tumbado. Impulsándose con los codos hacia delante, llega a alcanzar la almohada. Hunde su cara en ella y se deja ir.

Al día siguiente, sólo el sabor amargo en su boca, fruto de la mezcla de la nicotina con el alcohol y de una herida que pese a haber cicatrizado hace tiempo jamás dejó de doler, le devuelven de una hostia a la dura realidad. Sí, hoy también ha salido el Sol.

1 comentario:

Cristian dijo...

Qué buena, M!
Si es que se te da bien describir a la gente jodida... Besitos muchos, guapísima!