El disfraz de un payaso que llora

El humo me abrasó la garganta y el pecho, haciéndome toser y dándome una cierta sensación de mareo. Desde ahí arriba me sentía el dios de la montaña, viendo a los niños corretear por la arena tras enormes balones inflables de publicidad. Sus lejanos chillidos de alegría contrastaban con mi lúgubre silencio. Un lugar bonito para estar triste. Mis pies colgaban de las rocas. Había una caída de unos diez o doce metros sobre un lecho de rocas carcomidas por el oleaje desde donde estaba. Era una sensación intensa. No sabría describirla mucho más allá de eso. Intensa. La adrenalina, la relajación, la libertad y el pecho oprimido, el sabor acre a humo, la sal impregnando cada centímetro de mi cuerpo. Las minúsculas gotitas transportadas por el viento que hacían el aire pesado. El incesante dolor. El vacío sordo.

Deseaba tener el teléfono para embotar mi cabeza con las letras y la voz cazallera de Robe, para, como él, olvidarme de poner en el suelo los pies y sentirme mejor. Pero lo cierto es que seguía a decenas de kilómetros de casa, e incomunicada. El humo caracoleaba alrededor de mis dedos, y se deslizaba sobre mis labios y mi barbilla cuando, apenas espirando, lo dejaba huir. No sabía qué hora era, pero los niños, y sus padres, empezaban a desaparecer. Se acercaba el mediodía. ¿Cuánto tiempo llevaba fuera? ¿Ocho, diez, doce horas? Me levanté con la decisión de volver a casa. Un paseo, tres preguntas y cuarenta y seis minutos de metro después, llegué. Y lo primero que hice fue escribirte. Y tú, para variar. No contestaste.


Entré en la ducha como quien se acerca a un folio con notas en la universidad. Con alguna esperanza de sentirme mejor, pero sin mucho convencimiento. Cuando el agua empapó mi ropa, me di cuenta de que no me había desvestido. Me desnudé llorando, como si me obligasen. El agua tibia era como una boca húmeda que me acariciaba, y a la vez como algo viscoso que me ralentizaba. Ya en cueros, pegué el cuerpo a la pared, por la que me fui deslizando bajo el peso imaginario del agua hasta sentarme abrazando mis rodillas en la bañera.

Permanecí así tal vez cinco, o quince minutos. Después, poco a poco, me puse de pie de nuevo. Metí la cara bajo el chorro de la ducha, abriendo la boca. Escupí y pasé mis manos por toda mi cabeza, sintiéndome. Presioné mi nuca y mis hombros, en la transición de mis manos al pecho. Poco a poco, sin prisa, acabé de ducharme. Y me di cuenta de que dolía aún. Pero dolía diferente.

Igual resulta que los terapeutas tienen razón y ducharse aclara la mente. En mis brazos sentí que necesitaba un abrazo, pero no era el tuyo. Si es que alguna vez fue el tuyo el que realmente busqué. En mi cabeza mi voz resonaba rencorosa. Ahora negaría haberte querido alguna vez, porque yo soy así de gilipollas. Pero lo cierto era que, con la mente clara, mi necesidad no era la tuya. Aunque me dolieses. Aunque te quisiera. Aunque ese rayo no iba a cesar ahora.

Tal vez era un recurso estúpido, iterativo. Como los trucos de los payasos. Esa última bengala que nunca llegas a tirar, porque sin ella sí estarías perdido. Pero a ella me aferraba ahora. Como si fuese mi único camino, el mismo que me aterraba caminar.

Me disfracé con una sonrisa y salí de nuevo, a volverme de corcho entre amigos que no me iban a dejar caer. Perdona por renegar de ti, por la rabia que me das ahora, por todo este circo, pero los payasos, incluso los que lloramos, vivimos para el espectáculo. Y el espectáculo sólo sale adelante usando de vez en cuando viejos trucos.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay mucha gente imbécil por ahí. No te preocupes. A todos nos pasa alguna vez. Ánimo.

Albert Not Found dijo...

Vesti la giubba pagliacci ;)

María Sarmiento dijo...

No creo que la solución pase por ir siempre disfrazado, Daske. A veces lo mejor es intentar no pensar, y no esforzarse porque desaparezca algo, porque el esfuerzo sólo arraiga el desencanto.

María Sarmiento dijo...

Gracias. ;)

Anónimo dijo...

Si mi comentario anterior no te ha animado. A mí me hubiera gustado conocer una chica como tú. jeje

Anónimo dijo...

Antes lo digo, antes me pasa. Otra desilusión más para guardar en el bolsillo.