Historia de dos sombras.

Quería empezar a escribir Historia de dos luces, pero... Hoy estoy más sombría que luminosa.

Corría una sombra, con su humana cerquita, como acostumbraba, por una fría, húmeda y solitaria callejuela. Apenas si habían dado las 6 menos cuarto en el reloj, cuando se cruzó con un gato. Qué curioso. Desde donde el gato estaba apenas se veía la sombra que le acompañaba, mientras que, en ese mismo momento, la sombra era alargada y ocupaba varios metros cuadrados de asfalto. Hoy no le apetecía caminar por la acera, así que su humana y ella corrían por en medio de la calle, por la que aún no transitaban muchos vehículos.

Otra sombra, en cambio, se encontraba aún arrellanada en el colchón, ocupando toda la superficie bajo la leve colcha y la sábana, estampada con leves rayas azules. La humana se revolvía bajo las sábanas, intentando no abrir los ojos, buscando a tientas el móvil, que atronaba con una canción mítica a modo de despertador.

Las sábanas se apartaron de sobre la sombra, y ésta encogió, por el frío. La humana ya se había levantado de la cama, arrastrándola fuera del cómodo y cálido lecho que la había cobijado toda la noche. Suerte que, al menos, la calefacción evitaba un contraste de temperaturas muy grande. Tras la ducha y el café de rigor, se vistieron, y salieron a la calle. Encendió la sombra un cigarrillo, y la humana hizo lo propio. Las 7.13, hora de ir al trabajo, parando primero, como siempre, a tomar otro café.

Le gustaban las mañanas. Hacía fresquito, y los humanos las llevaban más despacio que a otras horas, lo que les permitía charlar brevemente de vez en cuando, y disfrutar del aire frío y húmedo que sólo conocen los madrugadores. Entraron a la cafetería, "un cortado con leche fría", oyó a la humana. Entabló conversación con la escueta sombra que acompañaba al camarero tras la barra, mientras saludaba a las de los 3 o 4 habituales. Días corrientes, familias corrientes, preocupaciones y problemas corrientes. Cada mañana era lo mismo.

Mientras, la otra sombra, a demasiados kilómetros de ella, ignoraba su rutina, y comenzaba la suya propia. Vuelta a casa. Acompañar a la transpirada humana a la ducha. Desayunar juntas. Entrar en la cama un ratito para, cuando estuviera empezando a acomodarse de verdad, salir de nuevo, a la Universidad.

La humana solía quejarse en voz alta de ir a clase, pero la verdad es que no estaba mal. Había sombras más interesantes y soportables que otras. También sombras con un complejo de superioridad terrible, subidas en la tarima de clase, a las que no podías hablar de otro tema que no tuviera que ver con el que su humano trataba.

90 sombras en clase, con conversaciones muy dispares, pero en su mayoría vacuas. Luego llevaría a la humana a leer al Jardín Botánico. Le gustaba aquel lugar. Había muchos pájaros, y sus sombras eran enormemente entretenidas. Mucho más que la de bastantes humanos.

Salieron de casa con una nubecilla de vaho pegada a sus bocas: se notaba el invierno acercándose. Metro y autobús, como todos los martes, para llegar a la facultad. Le sorprendía la facilidad de algunos humanos para dormir en los cortos trayectos de transporte público. Suerte que sus sombras tiraban de ellos en el momento de salir.

Ya a plena potencia, la primera sombra y su cafeinodependiente humana se acercaban a la oficina. Aquél día sería diferente: había que ir al campus a dar una charla. La sombra estaba excitada por la cantidad de gente interesante que ambas iban a conocer. Pero primero había que pasar unas horas trabajando entre aquellos grises (aunque blancos) montones de folios.

En el campus, con los árboles que adornaban los caminos, la sombra sentía las cosquillas de entremezclar su esencia con la de otros. Era tan intenso, tan gratificante... Le encantaba la universidad, aunque nunca había sentido la energía que veía en algunas mezclas de sombras cuando dos humanos, pareja, se acercaban tanto que se desdibujaban los límites de cada uno.

Las 3. Por fin salían de aquél batiburrillo de papeles grises y personas grises. ¡La universidad! ¿Habría cambiado mucho? Sólo hacía 4 años desde que su humana se graduase, pero hoy día, con lo rápido que se transformaba todo, quién podría saber qué se encontrarían. Esperaba conocer a sombras llenas de color, que cambiasen un poco su día a día.

Después de una hora de autobus y un paseo, por fin llegaron al campus. Todo seguía igual, aunque estaban construyendo un nuevo edificio al lado de la Facultad de Filosofía y Letras. En la puerta de su antigua facultad, la humana paró a fumar un cigarrillo. Y entonces lo sintió, muy breve, pero más intenso que nada que le hubiera pasado antes. Fue como un fogonazo de luz que diluyó un poco su oscuridad natural, una luz amarilla, divertida, tímida, sagaz. Se sintió temblar, pero cuando intentó saber qué le había pasado, ya había desaparecido todo, y sólo le quedaba el profundo anhelo de correr a buscar la fuente de esa luz que había iluminado su vida un segundo. La humana, ajena a su destino, soltaba el humo por la nariz.

Eva corría para no perder el autobús. Era una humana demasiado activa, creía su sombra. Cruzaron el arco de Secretaría y las puertas de entrada, y sintió como si un agujero negro se llevase sus problemas y sus prisas cuando todo se inundó de azul: tranquilidad, plenitud. Un bienestar tan profundo que no pudo reaccionar ante el escalón de la entrada. Tropezaron, cayeron, y se levantaron. La sombra, angustiada, buscó de nuevo el azul. No podía perder aquello, era demasiado bueno para permitirse perderlo, pero Eva no podía perder el autobús, y siguió corriendo una vez erguida, sin percatarse de que su sombra era más oscura y pequeña a cada paso que daba.

Había comenzado a chispear, y los nubarrones sugerían que la lluvia sería intensa. El 7 llegaba extrañamente tarde.