Diecinueve. Número primo.

Hace 4 días cumplí 19 años (¡Guaaaau!). Normalmente me hacía ilusión cumplir años, le hacía una superentrada a mi hermana (somos mellizas, por si algún despistadillo aún ignoraba este detalle de mi persona), esperaba emocionada los mensajes, cartas, correos, actualizaciones y recordatorios en redes sociales, llamadas y mails de publicidad que me felicitaban entre el 1 y el 4 (siempre hay algún "con retraso"), e incluso imaginaba días antes qué regalos podía esperar; preparaba una fiesta con los amigos y desde hace un par de años, bebía como si no hubiese mañana.

Este año me ha cogido apática (¡será la edad!, perdón por el chascarrillo). Aunque lo haya celebrado, aunque haya tenido regalos, aunque lo haya pasado con los míos, aunque la gente importante en mi vida se haya acordado de la fecha, aunque haya caído en sábado. Aunque, huelga decirlo, lo pasé muy bien. No sé muy bien el motivo, pero cada año me hace menos ilusión que llegue mi cumpleaños.

No son chorradas de crisis de edad ni hostiadas así. Mientras siga cumpliendo años quiere decir que sigo viviendo, y eso es lo importante, al fin y al cabo. Ni me siento mayor, ni pequeña, ni nada. Simplemente, el 2 de abril comienza a convertirse en un 26 de noviembre, o un 9 de agosto... Un día como otro cualquiera del calendario, sin más.

Por lo menos el 19 es un número primo, y los números primos me gustan. De hecho, el número 6 (mi favorito, y mi número, siempre que es posible, en los deportes) me gusta porque me trae muchos recuerdos, pero el que los generó es el siguiente (lo cuento por contar algo, que tengo azogue y al menos el ruidito de las teclas, y mover las manos en el teclado, lo palian un poco): el primer año de instituto, en Matemáticas, vimos los números primos. Ignoro si era o no mi primer contacto con ellos. Es el primero que recuerdo, en cualquier caso. Me llamó poderosamente la atención el hecho de que uno de los enigmas matemáticos universales por resolver fuera la fórmula de la sucesión infinita de los números primos. Pese a los estudios sobre este conjunto de números de numerosos matemáticos (Laplace, Mersenne, Gauss, Euler, Riemann, Goldbach, etc.), el enigma sigue a día de hoy sin solución aparente.

Comencé a jugar a voleibol un par de años antes, y ese año nos federamos como equipo; había que elegir número en la camiseta. Iba a elegir el 2 (día de mi cumpleaños, número de los gemelos por excelencia, par [también me encantan los números pares], y para colmo, primo), pero Norecuerdoexactamentequién lo eligió antes que yo, así que decidí que, como el 3 y el 5 eran impares, y por tanto no eran de mi agrado, elegiría el 6, producto de los dos primeros números primos entre sí. Un número sencillo, bonito, redondo, y con un significado.

No se me ocurre qué más contar... Probablemente luego suba cualquier otra chorrada que cruce mi caótica mente. Hoy no estoy yo en mi sitio.

1 comentario:

Joyce dijo...

Números primos, una guitarra y el gran Zenet.
De momento todo lo que he visto en este blog me encanta!

Volveré por aquí