Ojos negros.

Que no habría Luna, ni estrella, ni astro en el firmamento, ni bombilla en una lámpara que fuese a dar más luz a mis noches que el ver la profundidad de tus ojos negros a oscuras...

Amanece de nuevo, y con la luz mortecina del alba me despido a empujones de tu imagen, de mi sueño. Sin  más ganas que las de ir al baño, me levanto de la cama, dejando atrás el cálido, pero impersonal y vacío, abrazo de mi edredón, mi colchón y mis almohadas... Me falta tu cuerpo.

Desgrano y descuento inconscientemente cada segundo que me aleja de ti mientras el día ya es día, y la Luna apenas si se vislumbra ya en el cielo. El espejo me devuelve mi solitario reflejo, sin tu sonrisa en mi cara, sin mis manos en tu cintura; poca novedad entre las ojeras, los remolinos y los labios resecos. Cierro los ojos y evoco tu rostro, cuyo tacto se desliza por el aire entre mis dedos, demasiado rápido para poder retenerlo conmigo.

Me visto con ropa mía, sin que nadie la aprecie, sabiendo que pasarán las horas y nadie me la habrá quitado apresurada por la pasión. Seguro que alguien está recogiendo ahora tus sonrisas, mis sonrisas, lejos de aquí... Demasiado lejos.

Con sed y sin hambre me bebo mi ironía en esta fresca mañana de enero. Me calzo mi orgullo y mi arrogancia, y me cuelgo el "saber estar" de todos los días.

El día y el mundo me empujan afuera, a la calle. El aire frío me abre los pulmones y me quema la garganta. Frío... Eso que se va cuando te acercas. Camino con prisas, aunque nadie me espera hoy en ningún sitio (¿me esperas talvez tú, justo ahora, justo en tu mi nuestro lugar?), sin un rumbo determinado aún. Mis pasos se acompasan y desajustan por momentos, incapaces de seguir un ritmo constante.

Me enfrento a la parte de mi mundo que es ajena a ti, abarrotada de extraños y conocidos con roles determinados que colman mi existencia; cobarde, me escondo en mi mundo, ése que es tuyo, porque necesito  sentir tu presencia, aún ausente, para seguir soportando tu ausencia y no correr a buscarte.

Pasan las horas, como esperaba, y aunque mi cuerpo y parte de mi conciencia deambulan por ahí afuera, yo sigo en la penumbra, aferrada a tu imagen, acurrucada en tu calor, protegida en tu abrazo, esperando que llegue la noche.

Noche que me traerá tu voz y tus nuevas, y las imágenes de un día que debió pasar más cerca de mí; noche que me llevará de nuevo a tus brazos, a la luz de tu sonrisa y tus labios, a la realidad de tus (mis) sueños, a acostarme (sólo en pensamiento, por desgracia) contigo mientras atrapo tu vida y la hago nuestra, y me cuelgo de tu cuello suplicando en vano a ese Dios que no existe que no me aleje de ti, que no se lleve de mí tus ojos negros, esos por los que ya he perdido el juicio, cuyo brillo egoístamente me pertenece.

Noche en que me sumergiré de nuevo entre sábanas y almohadas frías mientras la realidad se dispersa y  te acercas, sonriente, radiante, hermosa, cautivadora, seductora, irresistible; y yo me despojo de cuanto me rodea y me rindo a la adoración de tu figura, y no puedo sentirme sino pequeña, frágil, entregada, insignificante...; tuya.

Entonces me pierdo en tus ojos... Tus ojos, en los que he visto el amor puro, de los que he enjugado lágrimas, tus comunicadores más elocuentes, a los que he hecho reír, los que me han suplicado, silentes; los que me han visto más allá del alma, si ésta existe, y me trajeron tu esencia para completarla.

Tus ojos me miran, y en ellos puedo ver que también tú lo has perdido todo, por mí. Tus ojos, el talón de Aquiles en que los míos, cual flecha de Paris, fueron a hacer diana. Tus ojos, que me dan la vida y me atan a ella, que me encadenaron a su sinceridad y su belleza con la primera mirada esquiva que cruzaron con los míos; tus ojos, que me tienen presa, me acompañarán, como cada noche, en mi camino de sueños.

Lo siento, no puedo ni quiero evitarlo. Estoy loca por ti. Te quiero. Te amo. Te adoro... No sé cómo decírtelo porque ninguna palabra me sirve. Sé que lo sabes, tus ojos me dijeron que mis ojos se lo confesaron una lluviosa tarde de otoño.

Hace ya algún tiempo...
Hace ya algún tiempo
que tú voz parece ser 
una pluma y un papel,
que cuentan 
que vas
a volar en sueños, 
que serán tus ojos negros
los que me iluminen al andar. 

1 comentario:

Javier dijo...

Esto es romanticismo, de ese que embellece pero entristece una tarde. Precioso.