Noches tontas.

Hay noches en que consigo dormir. Las menos de las veces, todo hay que decirlo. Por norma, cuando me acuesto ya asoma un Sol tímido por el Mediterráneo (yo no lo veo, porque Valencia está en medio), y la luz mortecina del amanecer comienza a colarse por las rendijas de la persiana.

El resto de noches las paso haciendo cosas... Ya que son horas que le gano al día, al menos, las aprovecho. Así fue como empecé a aprender euskera (aparte del comentario de "con el euskera no puedes"... ¬¬), como retomé el blog, el dibujo, y el hacer los deberes. Y es así como paso horas y horas, y horas, y horas, pensando.

Yo soy partidaria de la afirmación nietzscheana de que, sin música, la vida sería un error, así que me paso la vida escuchando música. Bien sea en el portátil, que la tengo puesta desde que llego a casa hasta que me voy; bien sea con los cascos y el móvil, yendo a conciertos, tocando la guitarra, o de cualquier otra forma.

Por las noches la música suele ser relajadita, por si acaso me convenzo y me duermo... Aunque surta poco efecto. Hace bastante tiempo, por las noches sólo escuchaba música clásica. Después me dio por escuchar las canciones que "todo el mundo debería escuchar antes de morir"... O sea, grandes clásicos, grandes artistas, canciones que han acabado siendo la canción "de" mucha gente, canciones que han acabado prácticamente convirtiéndose en himnos. Mi siguiente etapa fue la de las canciones "cortavenas": típicas canciones tristes, tristes, tristes, que sumirían al mismísimo Epi en una depresión profunda si lo pillasen un poco flojo. De un tiempo a esta parte, acompañando a mis pensamientos, las canciones suelen ser baladas y música así romanticona.

Y prácticamente todas las noches acabo teniendo una noche tonta, una noche de pensar y acabar imaginando utopías. A veces utopías de concepto: vidas sin problemas, distancias inexistentes, tiempo moldeable, mundos perfectos, sociedades coherentes... Otras utopías que no llegan a serlo, sino sólo deseos en principio difíciles de realizar.

Noches en que siento un vacío en el pecho, porque siempre me falta algo... Y alguien. Noches en que cierro los ojos al pensar, sumergida en mis propias tribulaciones. Noches de salir al balcón a respirar y sentir el frío, de mirar el firmamento, y no ver la firma, y extrañar las estrellas. Noches con la mejilla apoyada en la mano, y la mirada siguiendo a medias lo que hago. Noches de pasar mi mano por mi pelo una y otra vez, esperando que en una pasada se vaya eso que estoy pensando y no quiero pensar, o recordar.

Noches tontas, al final.

Suerte que siempre me queda el euskera para plantarme cara y tocarme las narices, y los sudokus para dejar de pensar.

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