Paisajes urbanos. Mi piso.

Talvez para aquellos que han vivido siempre en un piso, mudarse a un piso de estudiantes tampoco supone un cambio mayor que la aceptación de unas pocas nuevas responsabilidades. Sin embargo, para aquellos otros que vivimos normalmente en una vivienda unifamiliar, esto es casi una revolución.

No es sólo ya el hecho de vivir "sola", ni el de vivir casi en una gran ciudad, ni el de ver el campus de la universidad todos los días al salir de casa, ni el de sentirme rara cuando vuelvo a casa.

No, es, además, acostumbrarse a una nueva vida, por así decirlo. Una vida en que se introducen los ruidos de los pisos colindantes, con ellos, los gritos del vecino de arriba, los llantos de la jauría de niños (sí, son una jauría) que viven en mi bloque de pisos y el de al lado del mío, las canciones infantiles que se repiten en un bucle cada tarde en la ludoteca del bajo de nuestro edificio. Recuerdo mi primer día en el piso como si fuera hoy, hecho tampoco tan relevante porque fue hace un mes (sería más relevante si ya no lo recordara, a mi juicio)...

Estaba sola, porque mis compañeras habían acabado su "septiembre", y estaban en sus respectivos pueblos acompañando a sus respectivas familias. Yo acababa de llevar todas mis cosas al piso y de despedirme de mi hermana, mi madre y su novio. Habíamos montado una mesa nueva para que pudiese estudiar a gusto, un perchero para colgar mis camisas y chaquetas, habíamos colocado sábanas y toallas limpias, y mi ropa estaba perfectamente colocada en el armario, juntos a las cajas de zapatos y las cosas de aseo que guardo ahí.

Pese a estar sola sentía casi vergüenza al moverme por el piso... No era mi casa. Me hice la comida en silencio, puse bajita la música al ducharme... Hasta me puse los cascos al ver una película en el ordenador.

Eso fue el primer día... Una vez me acosté, me levanté 4 veces creyendo que alguien pasaba por mi pasillo, que realmente era el de mi vecino, pero que yo, con la puerta cerrada, no distinguía el mío propio.

Al día siguiente ya cambió la cosa... La independencia me gustaba. Me gusta. Nadie controlando mis hábitos, nadie ordenándome cosas... Ninguna necesidad de guardar las cosas en un sitio concreto para que alguien no las vea. Me gusta. Y no se ha cumplido el vaticinio de mi madre, mi hermana y mi abuela de que "me iba a comer la mierda". Sigo haciéndome la cama cada 2 o 3 días cuando ya no puedo dormir a gusto, sí. Y no friego todos los días (en parte porque también friegan Sara y Laura, y no todos los días es necesario que yo lo haga), ni barro, ni pongo lavadoras, ni friego el suelo, ni limpio el baño ni la cocina a diario, tampoco. Y, sin embargo, el piso está limpio, y mi habitación guarda ese caótico orden que refleja mi mente en cierto modo.

Consigo dormir, al menos la mayoría de las noches. Como bien, y aún no tiro de tuppers (sí, los tengo en el congelador, pero no me los he comido aún). Y sólo he traído ropa a lavar una vez, y ha sido porque no me daba tiempo a lavarla en Burjassot antes de volver a casa y que se secara.

Y sí, puede que sólo haga un mes que no "vivo" aquí, en mi casa, pero conforme va pasando el tiempo, cada vez se me hace más rara la entrada al pueblo en coche, y el abrir de una patada la verja del jardín, y el subir los escalones de dos en dos sin necesidad de luz, y el ruido de mi ordenador... Y el poder tocar el piano cuando me apetezca.

Me gusta mi piso. Me gusta sentirme un poco menos dependiente cada día... Será verdad eso de que empiezo a entrar en lo que llaman vida de adulto joven, quizás.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tu piso es tu interior y tu interior es casi mío....Ni puedo evitar quererte,ni vas a poder evitar q esto sea una quimera,como un piso de estudiantes.La vida,mi amor,te va a deparar cosas mejores q un piso-dormitorio,pq eres genial,pq te lo mereces y pq me da la gana....