La trova y la Luna.

Cada noche, a las dos, en silencio, salía de casa. Cada noche, salvo una cada mes, se encontraba con su amada en el parque. Cada noche, al salir, llevaba su guitarra consigo al encuentro. Cada noche se esforzaba en mostrarse talentosa para poder sorprender y deleitar a su musa. Cada noche, su propósito seguía sin cumplirse, y lo postergaba a la noche siguiente cuando la cercanía del alba la alejaba de ella.

Y cada noche, la Luna, escuchaba atenta a aquella chiquilla que en el parque le hacía de trovadora, queriendo no mostrarse emocionada, pues, talvez, si la joven sabía que había conseguido, hacía años, enamorar a la Luna, dejaría de cantarle.

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