A veces sólo quiero gritar.

María*

PD: dejo pendiente una entrada... Luego la acabo y la publico
Llevo un tiempo sineod más empirista de lo que acostumbraba... No empirista en el sentido completo y filosófico de la palabra; me refiero a que últimamente observo más al detalle cuanto sucede en el mundo, a mi alrededor y en mí misma.

El otro día me sorprendí a mí misma asombrándome por una tontería de carácter "físico-fisiológico", podríamos decir. El caso es que hacía frío, mucho frío, muchísimo frío; tanto que no sentía los pies, la nariz, ni las orejas, y el suficiente para que la sangre no se calentara a su paso por las zonas más calientes de mi piel (malpensados, ¬¬, no es ese tipo de calentura).

Como hacía tanto frío, y como no soy tonta tampoco (opiniones aparte, claro está), tenía la estufa encendida. Para utilizar el ratón sólo me hace falta una mano, y dada la destreza que tengo en la derecha causada por años de práctica con el piano (y con el messenger, todo sea dicho), también sólo una para medio defenderme con el teclado. Así, tenía la mano izquierda apoyada en la pierna, cercana a la estufa.

La piel de las zonas en que el calor de la estufa incidía estaban obviamente rojas (con al lado de la estufa me refiero a unos 20 centímetros... xD), incluida la piel de la mano. Supongo que debido igualmente al calor, tenía los vasos sanguíneos dilatados, es decir... Se veían a simple vista sin problemas. Así, la piel de la mano estaba roja, sin embargo, las zonas que bordeaban los vasos sanguíneos conservaban su tono normal, debido a la temperatura más baja de la sangre...

Tonterías, sí, pero a veces me gusta fijarme en esas pequeñas cosas en que nadie se fija, a las que nadie da importancia... Y que hacen un mundo a aquellas personas capaces de apreciarlas.

Ayer tenía que ir a por la cena. Sabía que estaría lloviendo, pero cuando salí no lo noté... Así que no me puse la capucha. Cuando llevaba algo menos de un minuto caminando, me di cuenta de que sí llovía, muy ligeramente, con gotas pequeñísimas; pero llovía.

Seguí sin ponerme la capucha de la sudadera, y observé que habían comenzado a formarse charcos en la calle (un rato antes sí había estado lloviendo más intensamente). Los más cercanos a mí sabrán que una de las cosas que adoro en este mundo, y que me hace disfrutar y volver a ese estado de felicidad cándida típica de los infantes, es pisar charcos.

Así... Pisé todo charco que se me puso por delante (o que busqué para que se pusiera...), con mis zapatillas nuevas, y mi pantalón que casi toca el suelo; pisé los charcos.

Y fui feliz. Inmensa y estúpidamente feliz.

Simplemente por conseguir pegar un tirón de ese cable que me ata al desasosiego de mi vida cotidiana, al dormir 4 horas por las noches (a veces, muchas veces, menos), al no cuidarme porque no puedo ni quiero renunciar al ritmo de vida que llevo.

Simplemente por sentir la libertad.

Simplemente por sentir la brisa helada corriendo entre mi pelo, enfriando mis orejas, introduciéndose dentro de mí y haciendo que un escalofrío me recorra la espalda.

Simplemente por cerrar los ojos, levantar la cara, y sentir el agua helada cayéndome por encima...

Simplemente, por sentir la lluvia. Simplemente por sentirme parte del mundo.


Un abrazo,

María*

PD: Sí, es lo que estáis pensando... Estoy loca.